Prólogo
Algo de solitario había en el hecho de estar rodeado de gente. Lo más gris del Universo parasitaba en mi alma. Y por alguna razón, mis palabras eran arena en el aire, letras inconexas, sin sentido. Nadie escuchaba lo que tenía para decir o yo no tenía nada para decir. Todo comenzó a darme miedo, me convertí en una piedra, no pude llorar. El lobo, el extranjero que había estado agazapado, se apoderó de mí encerrándome debajo de la cama. Los libros, decían los otros, eran el refugio. Escapar de los hombres, de las costumbres, de la vida. En esa actividad individual, leer, debía encontrar la salida, huir.
Pero no sabían, ignorantes, que no hay refugio en la lectura y que aquello que creían los aislaba y hacía superiores, para mí sería la salvación.
Saber, en las palabras de otros, que no estaba solo en el mundo convertiría a los libros no en la cueva del lobo estepario, sino en la trinchera del soldado del cambio.
Saldría de la oscuridad, de esos tristes refugios de niño enfermo debajo de la cama o en el ropero estrecho y tibio. Desempolvaría mis espaldas, aquel entumecimiento de la intimidad, y me uniría a los ejércitos espirituales de escritores vivos y muertos, de lectores de todas las nacionalidades, culturas y religiones. Sabría, al fin, que mi pensamiento no era único, que otros hablaban mi misma lengua. Me transformaría en HOMBRE. Haría carne el espíritu, acción la palabra. Molería el refugio a patadas, escupiría sobre las teorías de los individualistas y, en una explosión de esperanza, me haría parte, inexorablemente, de la colectividad de los transformadores. Juntos marcharíamos por vastos espacios libres de agujeros para escondernos de nuestro implacable destino de lucha.
Pero no sabían, ignorantes, que no hay refugio en la lectura y que aquello que creían los aislaba y hacía superiores, para mí sería la salvación.
Saber, en las palabras de otros, que no estaba solo en el mundo convertiría a los libros no en la cueva del lobo estepario, sino en la trinchera del soldado del cambio.
Saldría de la oscuridad, de esos tristes refugios de niño enfermo debajo de la cama o en el ropero estrecho y tibio. Desempolvaría mis espaldas, aquel entumecimiento de la intimidad, y me uniría a los ejércitos espirituales de escritores vivos y muertos, de lectores de todas las nacionalidades, culturas y religiones. Sabría, al fin, que mi pensamiento no era único, que otros hablaban mi misma lengua. Me transformaría en HOMBRE. Haría carne el espíritu, acción la palabra. Molería el refugio a patadas, escupiría sobre las teorías de los individualistas y, en una explosión de esperanza, me haría parte, inexorablemente, de la colectividad de los transformadores. Juntos marcharíamos por vastos espacios libres de agujeros para escondernos de nuestro implacable destino de lucha.
Capítulo I
...que trata de cómo los vientos de arriba inundan nuestras tierras con sus aves de rapiña
Las palabras se van muriendo. De a poco, como quien no lo prevé. Surcan los senderos de la disgregación; se llenan de sinsentidos, de irrefutables despropósitos, de molestas e inusitadas interpretaciones.
Las palabras se han quedado perplejas dentro de un espacio que se agiganta y contorneadas por individuos que las utilizan desmarañándolas, van agonizando. Y se mueren de abstracción, de irreverencia, de falta de palabras.
Y en ese confín de incomprensiones, el tiempo se detiene. Los respiros quedan abolidos y el brillo en los ojos de los hombres centellan apocalípticas conclusiones.
De tanto en tanto, volviendo al polvo del suelo, nos miramos los pies descalzos y agrietados, comulgamos hipotéticos desenlaces y antes de la última reacción nos detienen –tibiamente- para que sigamos aguardando.
Los hombre; de un lado ríen, del otro resisten. Del lado más alejado apresuran la casería con sus aves de rapiña. Éstas se posan sobre los hombros de los hombres cercanos, e intentan picarnos el rostro.
Las fábulas del águila y el buitre se funden. El águila y el buitre, convertidos en uno, martillan con sus picos, matan incansablemente y escapan para luego seguir con su tarea.
Las palabras se han quedado perplejas dentro de un espacio que se agiganta y contorneadas por individuos que las utilizan desmarañándolas, van agonizando. Y se mueren de abstracción, de irreverencia, de falta de palabras.
Y en ese confín de incomprensiones, el tiempo se detiene. Los respiros quedan abolidos y el brillo en los ojos de los hombres centellan apocalípticas conclusiones.
De tanto en tanto, volviendo al polvo del suelo, nos miramos los pies descalzos y agrietados, comulgamos hipotéticos desenlaces y antes de la última reacción nos detienen –tibiamente- para que sigamos aguardando.
Los hombre; de un lado ríen, del otro resisten. Del lado más alejado apresuran la casería con sus aves de rapiña. Éstas se posan sobre los hombros de los hombres cercanos, e intentan picarnos el rostro.
Las fábulas del águila y el buitre se funden. El águila y el buitre, convertidos en uno, martillan con sus picos, matan incansablemente y escapan para luego seguir con su tarea.
Franz Kafka
1883 - 1924
1883 - 1924
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Capítulo II
...que narra el disfraz de los hombres y la muerte del niño
Ante el terror absoluto de la incomprensión, de la falta de palabras, de la suspicacia del hombre por el hombre, nos morimos derramados.
Y sólo nos queda el recuerdo puro del niño. Del niño que puro nace y puro va. Del niño que inventa mundos porque inventar es el fiel y esporádico accionar de los días.
Inventar las reglas, que luego se mantienen; inventar los códigos, que a fuerza de voluntad se conservan; inventar la justicia, que se apodera simple y lógicamente de las cosas justas, valga la redundancia.
Bajo un susurro delator, posiblemente sea oportuno rebuscar la expresión de niño que hemos olvidado, o abandonado, o relegado.
Y sólo nos queda el recuerdo puro del niño. Del niño que puro nace y puro va. Del niño que inventa mundos porque inventar es el fiel y esporádico accionar de los días.
Inventar las reglas, que luego se mantienen; inventar los códigos, que a fuerza de voluntad se conservan; inventar la justicia, que se apodera simple y lógicamente de las cosas justas, valga la redundancia.
Bajo un susurro delator, posiblemente sea oportuno rebuscar la expresión de niño que hemos olvidado, o abandonado, o relegado.
Jean Paul Sartre
1905 - 1980
1905 - 1980
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Capítulo III
...que cuenta del modo en que las proclamas se liberan detrás de una única bandera
Ante tanto sofoco nos abrimos latamente al mundo de lo posible que nos parecía lejano. Que nos aconsejaban lejano.
Nos acercamos detrás de una bandera que se corona todas las banderas. Detrás de un color que demanda una sola proclama. Que se precipita ante la ausencia del hombre en la tierra y moviliza sus raíces más internas para gritar y llevarse lo que es suyo; lo que le pertenece por herencia, por condición en el mundo, por derecho absoluto.
Detrás de una bandera que recibirá disparos y golpes y amenazas. Detrás de una bandera que flameará tan alto que se dejará ver entre la muchedumbre. Detrás de una bandera de libertad.
Nos acercamos detrás de una bandera que se corona todas las banderas. Detrás de un color que demanda una sola proclama. Que se precipita ante la ausencia del hombre en la tierra y moviliza sus raíces más internas para gritar y llevarse lo que es suyo; lo que le pertenece por herencia, por condición en el mundo, por derecho absoluto.
Detrás de una bandera que recibirá disparos y golpes y amenazas. Detrás de una bandera que flameará tan alto que se dejará ver entre la muchedumbre. Detrás de una bandera de libertad.
Federico García Lorca
1898 – 1936
1898 – 1936
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Capítulo IV
...que trata de cómo los disparos de infames actores cosechan razones para seguir con la lucha
Las palabras se van muriendo. De a poco, como quien no lo prevé. Surcan los senderos de la disgregación; se llenan de sinsentidos, de irrefutables despropósitos, de molestas e inusitadas interpretaciones. Las palabras, es preciso repetirlo, se van muriendo.
Y cuando una palabra muere, cuando se somete al embate de su ejecutor, un hombre cae derribado. Golpea su carne sobre el empedrado de la urbe y se carga algo nuestro para siempre. Se apodera del espacio y nos lleva consigo; no porque lo quiera, sino porque nos obligamos a ir.
Y desde ese momento, a partir de aquella destrucción, que es está, y esa, y todas las que nos asfixian, rompemos para siempre con la concepción del refugio en la palabra. La palabra jamás se comprometerá a ser un refugio. Será el arma que combata, la pluma cargada y la tinta en las venas.
Y cuando una palabra muere, cuando se somete al embate de su ejecutor, un hombre cae derribado. Golpea su carne sobre el empedrado de la urbe y se carga algo nuestro para siempre. Se apodera del espacio y nos lleva consigo; no porque lo quiera, sino porque nos obligamos a ir.
Y desde ese momento, a partir de aquella destrucción, que es está, y esa, y todas las que nos asfixian, rompemos para siempre con la concepción del refugio en la palabra. La palabra jamás se comprometerá a ser un refugio. Será el arma que combata, la pluma cargada y la tinta en las venas.
Juan Gelman
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Capítulo Final
...donde se cuenta de cómo los desafios se enfrentan y las deudas se cancelan
Saldaremos la única deuda que tenemos, la única deuda que debe pagarse. La deuda del inmovilismo, del silencio, de la inacción. Hablaremos, sí, y diremos la verdad. La gritaremos, la escribiremos en el mismísimo cielo, que es de todos y no sólo de ellos. Dejaran de tapar el sol con sus manos de ilusionistas y morderán el polvo manchado de sangre de nuestras tierras. No dejaremos que vuelvan a robarnos falsificando el sentido de las palabras, que ahora referirán la verdadera historia del saqueo y trazarán un nuevo destino de libertad y justicia.
Ya no habrá refugios literarios al servicio de la desunión, sino que, a través de las letras, el HOMBRE sabrá que es UNO en el sufrimiento y en la lucha.
Ya no habrá refugios literarios al servicio de la desunión, sino que, a través de las letras, el HOMBRE sabrá que es UNO en el sufrimiento y en la lucha.
Con la vida chorreándonos por las rodillas aglutinamos las desidias,
Nos apoderamos del propósito que nos impera pertinente
Y vamos donde debemos ir;
Ya es hora de llevarnos lo que nos pertenece.
Al dorso
Nos apoderamos del propósito que nos impera pertinente
Y vamos donde debemos ir;
Ya es hora de llevarnos lo que nos pertenece.
Al dorso
