.

Editorial 12 de Abril 2007

  • Editorial



    Los asesinos de ayer y hoy serán castigados por el pueblo: ¡Basta de Represión y Muerte para la Clase Trabajadora Argentina!

El asesinato del trabajador docente Carlos Fuentealba, hace una semana, por la policía del represor gobernante Sobisch, en Neuquén, estremeció a todo el pueblo argentino.

“Las tizas no se manchan con sangre” era el lema que toda la Argentina levantaba como nueva bandera de lucha en el gran Paro Nacional de este último lunes 9 de abril.

¿Hasta cuándo se seguirá asesinando a la clase trabajadora de nuestro país porque reclama por sus derechos legítimos?

¿Hasta cuando seguirán los gobernantes represores del Interior del país, que no dudan en aplicar mano dura, garrote y botas contra las protestas populares?

En casi más de dos décadas de democracia liberal en la Argentina, la represión y el genocidio no se han ido, y los trabajadores siguen siendo las víctimas de un sistema perverso que financia estados policiales destinados a liquidar nada más ni nada menos que simples derechos humanos.

Y en Neuquén, el asesino de Sobisch ordenó liquidar el derecho humano a un salario digno y a mejores condiciones laborales de docentes que tratan de educar a nuestros pibes argentinos, cumpliendo realmente la función social que el Estado neoliberal mezquino e infrahumano no realiza…, porque las cuentas del mercado no dan.

En la era mal llamada democrática de nuestra nación, tanto los trabajadores ocupados, como los desocupados, son los castigados por cipayos de turno que sirven a los dueños del poder económico local y foráneo, y que ni siquiera migajas de toda la riqueza social producida precisamente por la clase obrera total ceden a su legítimo dueño: el pueblo.

La herencia represora de la dictadura sigue intacta al parecer, pero se esconde cínicamente en la cáscara casi ficticia de una supuesta democracia que garantiza libertades civiles, los derechos humanos de todos y la justicia social.

El señor presidente Kirchner, perplejo y casi inoperante ante los sucedido, se da el lujo de hablar de que ciertos gobernantes provinciales aplican una “Doctrina de Seguridad Nacional II”…

Ni en la masacre el presidente argentino deja de ser un mero hipócrita de la sucia politiquería a la que nos tiene acostumbrada esta dirigencia nacional corrupta y lacaya.

Este señor fue apoyado por el asesino de Duhalde y tiene como a ministro del Interior a “Caníbal” Fernández, ambos autores intelectuales de la Masacre de Avellaneda que acabó con la vida de Darío y Maxi el 26 de junio de 2002.

El supuesto defensor de los derechos humanos reprime con la gendarmería nacional a las protestas populares Y A LOS DOCENTES QUE LUCHAN COMO LOS DE NEUQUÉN Y SALTA, Y DEL TODO EL PAIS.

El que se dice “amante de la vida de aliados y adversarios” posee más de 3000 luchadores populares procesados y presos políticos.

El que gobernó con mano dura, y como si fuera su estancia feudal, la provincia de Santa Cruz, tal como lo hace el propio Sobisch en la Patagonia neuquina, no duda en realizar pactos turbios con la vieja política, con intendentes corruptos y con impresentables gobernadores responsables de la pobreza de muchos hermanos a lo largo y ancho del país.

Los Kirchner, los Sobisch, los Romero, y toda la clase dirigente cleptómana de este país de las Américas, están cortados por la misma tijera del entreguismo, de la política mafiosa, del modelo neoliberal que antepone el dinero al ser humano, de la estafa de la Deuda Externa promovida por los poderosos del Norte y el Sur.


Ayer los 30 000 desaparecidos por el golpe cívico-militar genocida de 1976-1983;
y en nuestra historia reciente las muertes de gente luchadora como Miguel Bru, Walter Bulacio, Teresa Rodríguez, Víctor Choque, Aníbal Verón, Maximiliano Kosteki, Darío Santillán, Julio López, Carlos Fuentealba, son uno de los nombres emblemáticos de miles y miles de inocentes que perecieron en el sistemático y sigiloso genocidio de la democracia policíaca neoliberal de los últimos 24 años.

“Las tizas no se manchan con sangre”, tampoco los reclamos dignos y legítimos de toda la clase trabajadora ocupada y desocupada de nuestro país…

Los asesinos del poder político son los que están manchados de mucha sangre de un pueblo que todavía está herido por la represión, los modelos económicos de exclusión, por los pagos indebidos a los organismos internacionales de créditos y los bancos privados y potencias del Norte, por las políticas de hambre, pobreza, de ausencia de educación, de salud pública plena y justicia social para todos y todas.

El asesinato de Carlos Fuentealba, de un trabajador de la educación, un laburante argentino, en Neuquén representa esta cruda realidad que pesa sobre un pueblo del Sur como el argentino, que durante años y años ha sido saqueado por uno de los sistemas de explotación más peligrosos que haya conocido la historia humana…

Un nuevo “Nunca Más” se exige…, pero ¿hasta cuándo?
¿Hasta cuándo sistema maldito y sus siervos hipócritas de turno?

Grupo Editorial " Al Dorso"