- Literatura
Nuevo segmento de Al Dorso destinado a conjugar Literatura y deuda externa
Sobre Kafka
Por Diana Della Bruna / Diego Slagter
Tuve la oscura certeza de que hablaba de mí. Ese hombre, Franz Kafka, hablaba de mí. ¿Qué misterio cósmico hacía que sucediera esto? Un hombre cualquiera que había vivido entre 1883 y 1924, en algún rincón de Praga, esa tan lejana Europa oriental. Un hombre cualquiera que no me conocía ni vislumbraba como podía ser un latinoamericano en el nuevo milenio. Pero ese hombre cualquiera era Franz Kafka.
En la penumbra del atardecer que se colaba por la ventana de mi cuarto sentí una respiración silbante, como un ronquido apagado, una presencia en el aire… Esa respiración era la de Kafka. Yo sabía que estaba detrás mío, no apuraba el momento y pensaba.
Me di vuelta. Ahí estaba él, sentado en el sillón, con un traje negro, las piernas cruzadas, los brazos extendidos con firmeza sobre el regazo. Su rostro oscuro estaba vuelto hacia mí, los ojos grandes y profundos, el pelo prolijamente peinado. Me miraba.
- Kafka. Usted habla de mí.
Lo dije aún sabiendo que él no iba a contestar. Hizo un gesto. En la ventana un pájaro golpeaba el vidrio con su pico.
- Es un águila, Kafka. Hay muchas.
Pero no lo era. Era un buitre. Como a veces los lobos se disfrazan de corderos para parecer más inocentes, las aves de rapiña, las que viven de los despojos, se visten de una falsa dignidad para justificar sus crímenes. Se visten de poder, de fuerza, de orgullo. Supe que aquellas sombras que a veces pasaban por el cielo y oscurecían el sol, no eran las nubes de la desesperanza, como yo había creído. Eran las alas de miles de buitres sobrevolando estas tierras como ejércitos vigilantes.
Y aquel buitre me había escuchado hablar, tomar la palabra y en esa palabra romper el silencio al que nos había sometido el constante graznar, chillar de ese ejército de aves carroñeras.
Mire a estúpido pájaro golpeando el vidrio de forma impaciente y dije:
- No.
Pareció enloquecer, giró en el aire, se estrelló contra la ventana, gritó, agitó las alas perdiendo plumas en su desesperación. Ya iba a arrojarle un libro, una lapicera, cualquier cosa. Ya iba levantarme, tomar un almohadón, abrir la ventana y golpearlo hasta espantarlo.
Me incorporé y caí de rodillas. Mis pies habían desaparecido y un charco de sangre lo cubría todo. El buitre seguía enfermo sacudiéndose en mi ventana. Otros de su especie ya se acercaban.
El escritor impasible miraba la escena.
- Por favor, Kafka, dígame. ¿Estoy yo en su cuento o está usted en mi realidad?