- Internacionales
El 11 de septiembre de 2001 y los atentados a las Twin Towers
Seis años de mentiras y guerras imperiales.
El martes 11 de septiembre último se cumplieron seis años de los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York. La prensa mundial se hizo eco de ese suceso como era de esperarse y no se ausentaron las imágenes casi misteriosas del saudita Ben Laden llamando una vez más a la lucha contra los “infieles de Occidente”. El nuevo aniversario no podía tener su mejor contexto para la Casa Blanca. Las intervenciones en Afganistán e Irak se tornan más complicadas y los altos mandos del Pentágono ya empiezan a debatir sobre un posible repliegue gradual de Bagdad. Se habla de un nuevo Viet Nam y hasta de derrota implícita que se quiere ocultar o negar desesperadamente. Pero, ¿cómo sigue la historia? ¿El imperio se ha rendido en sus objetivos primordiales?
Intereses imperiales antes y después del 11 de septiembre de 2001
Estados Unidos se ha convertido en la superpotencia por excelencia en las relaciones internacionales luego del fin de la Segunda Guerra Mundial. Durante la guerra fría ha tratado de contrarrestar la influencia de la URSS y de obstaculizar las luchas de liberación nacional de varios países de lo que se llamó “Tercer Mundo”. Si bien ha sufrido la derrota en Indochina en los años setenta no ha significado un duro golpe para su propia existencia como agente imperial y principal gendarme del capital internacional. En los años del decenio de 1980, bajo la administración de Ronald Reagan, la Casa Blanca se ha lanzado a una ofensiva peligrosa sobre el mundo, a tal punto de doblegar los intereses de una URSS anquilosada en sus problemas internos, por un lado, y, por el otro, de allanar el camino para la imposición global del modelo neoliberal.
La semejante arquitectura militar de Washington que posee actualmente no es más que el resultado del éxito ofensivo de la era Reagan. Y luego del final del mundo bipolar de la guerra fría Estados Unidos ha reforzado su papel de superpotencia mundial.
Estados Unidos no solo debe mantener su influencia en las regiones que le son de su incumbencia, sino también sobre los territorios que antes pertenecían a la esfera de influencia de la URSS, en Oriente Medio, en África y el Lejano Oriente. Ahora sí debe comportarse como una superpotencia imperial arrogante.
Más allá de las guerras en Afganistán e Irak, el imperio norteamericano no dudará en los próximos años ejecutar nuevas aventuras belicosas sobre claros objetivos geopolíticos para adueñarse de los recursos naturales. Recordemos que Washington tiene en la mira a los siguientes países: Siria, Irán, Corea del Norte, Birmania (por el lado de Asia), Sudán, Zimbabwe (en territorio africano), Belarús (a mitad de camino entre Rusia y la Unión Europea), Cuba, Venezuela y Bolivia (en América). Y no es un capricho imperial de Césares, ni tampoco una avanzada “democrática” contra “estados canallas”. Estados Unidos tiene en la mira a cuatro continentes (en Oceanía está tranquilo con sus aliados australianos, neozelandeses y de las islas estados del Pacífico Sur). La Casa Blanca tiene en la mira las posibilidades de explotación de los recursos naturales en esas grandes regiones del planeta. Y un gendarme imperial no se rearma progresivamente porque sí, sino para atacar y no quedarse quieto ante potenciales rivales emergentes como China, Rusia, India y Sudáfrica y… un eventual bloque latinoamericano caribeño liderado por Venezuela y Cuba.
En América…
Empecemos por las Américas. Es el tradicional patio trasero de Washington y la región más cercana al imperio. ¿Qué tenemos aquí? En primer lugar un TLC entre Canadá y México firmado el 1 de enero de 1994, que la Casa Blanca ha pretendido regionalizar desde que se instauró la I Cumbre de las Américas en Miami en diciembre de 1994. Los intereses norteamericanos disfrutan de alianzas y cordialidad de las clases dirigentes y económicas dominantes de Centroamérica (el sandinismo nicaragüense actual representa un caso muy particular), de los estados caribeños (con la evidente excepción de Cuba), de Colombia, Guyana, Suriname, Perú, Brasil, Paraguay, Chile, Argentina y Uruguay.
A esto hay que agregarle el poderío militar norteamericano en la región todavía vigente. Las bases militares en América Latina y el Caribe están en una red entrelazada que apoya objetivos estadounidenses de asegurar acceso a mercados, controlar el flujo de narcóticos y obtener recursos naturales, especialmente petróleo y agua. Aunque Estados Unidos ha cerrado bases en Panamá y Puerto Rico, ha abierto bases menores a través de la región, incluyendo varias que apoyan las operaciones del imperio en Colombia. Las operaciones y mantenimiento están siendo contratadas a compañías privadas con cada vez más frecuencia.
Intereses imperiales antes y después del 11 de septiembre de 2001
Estados Unidos se ha convertido en la superpotencia por excelencia en las relaciones internacionales luego del fin de la Segunda Guerra Mundial. Durante la guerra fría ha tratado de contrarrestar la influencia de la URSS y de obstaculizar las luchas de liberación nacional de varios países de lo que se llamó “Tercer Mundo”. Si bien ha sufrido la derrota en Indochina en los años setenta no ha significado un duro golpe para su propia existencia como agente imperial y principal gendarme del capital internacional. En los años del decenio de 1980, bajo la administración de Ronald Reagan, la Casa Blanca se ha lanzado a una ofensiva peligrosa sobre el mundo, a tal punto de doblegar los intereses de una URSS anquilosada en sus problemas internos, por un lado, y, por el otro, de allanar el camino para la imposición global del modelo neoliberal.
La semejante arquitectura militar de Washington que posee actualmente no es más que el resultado del éxito ofensivo de la era Reagan. Y luego del final del mundo bipolar de la guerra fría Estados Unidos ha reforzado su papel de superpotencia mundial.
Estados Unidos no solo debe mantener su influencia en las regiones que le son de su incumbencia, sino también sobre los territorios que antes pertenecían a la esfera de influencia de la URSS, en Oriente Medio, en África y el Lejano Oriente. Ahora sí debe comportarse como una superpotencia imperial arrogante.
Más allá de las guerras en Afganistán e Irak, el imperio norteamericano no dudará en los próximos años ejecutar nuevas aventuras belicosas sobre claros objetivos geopolíticos para adueñarse de los recursos naturales. Recordemos que Washington tiene en la mira a los siguientes países: Siria, Irán, Corea del Norte, Birmania (por el lado de Asia), Sudán, Zimbabwe (en territorio africano), Belarús (a mitad de camino entre Rusia y la Unión Europea), Cuba, Venezuela y Bolivia (en América). Y no es un capricho imperial de Césares, ni tampoco una avanzada “democrática” contra “estados canallas”. Estados Unidos tiene en la mira a cuatro continentes (en Oceanía está tranquilo con sus aliados australianos, neozelandeses y de las islas estados del Pacífico Sur). La Casa Blanca tiene en la mira las posibilidades de explotación de los recursos naturales en esas grandes regiones del planeta. Y un gendarme imperial no se rearma progresivamente porque sí, sino para atacar y no quedarse quieto ante potenciales rivales emergentes como China, Rusia, India y Sudáfrica y… un eventual bloque latinoamericano caribeño liderado por Venezuela y Cuba.
En América…
Empecemos por las Américas. Es el tradicional patio trasero de Washington y la región más cercana al imperio. ¿Qué tenemos aquí? En primer lugar un TLC entre Canadá y México firmado el 1 de enero de 1994, que la Casa Blanca ha pretendido regionalizar desde que se instauró la I Cumbre de las Américas en Miami en diciembre de 1994. Los intereses norteamericanos disfrutan de alianzas y cordialidad de las clases dirigentes y económicas dominantes de Centroamérica (el sandinismo nicaragüense actual representa un caso muy particular), de los estados caribeños (con la evidente excepción de Cuba), de Colombia, Guyana, Suriname, Perú, Brasil, Paraguay, Chile, Argentina y Uruguay.
A esto hay que agregarle el poderío militar norteamericano en la región todavía vigente. Las bases militares en América Latina y el Caribe están en una red entrelazada que apoya objetivos estadounidenses de asegurar acceso a mercados, controlar el flujo de narcóticos y obtener recursos naturales, especialmente petróleo y agua. Aunque Estados Unidos ha cerrado bases en Panamá y Puerto Rico, ha abierto bases menores a través de la región, incluyendo varias que apoyan las operaciones del imperio en Colombia. Las operaciones y mantenimiento están siendo contratadas a compañías privadas con cada vez más frecuencia.
Gran parte de esta madeja está siendo tejida a través del Plan Colombia, un masivo programa primariamente militar para erradicar plantas de coca y combatir grupos armados (mayormente guerrillas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). En los últimos cinco años, se han proliferado en América Latina nuevas bases de Estados Unidos y arreglos de acceso militar, constituyendo una descentralización de la presencia militar estadounidense en la región. Esta descentralización es la manera de Washington de mantener un amplio agarre militar mientras acomoda la renuencia de líderes regionales a aceptar grandes bases y complejos militares de EEUU.
Como se ve abajo en los mapas, las bases militares norteamericanas apostadas en las Américas coinciden con la ubicación de los recursos naturales codiciados: petróleo, agua y biodiversidad.
Quizá las Américas sean codiciadas mayormente por el agua. Tengamos en cuenta que América Latina y el Caribe, con 12 % del área terrestre total y 6 % de la población mundial, poseen alrededor de 27 % del agua dulce del planeta, aunque, no obstante, casi un tercio de los habitantes de la región carece de acceso al agua potable y una proporción similar no cuenta con servicios de alcantarillado y acueductos.
En África…
Estados unidos durante los tiempos de guerra fría ha comenzado a tener un creciente interés por el continente africano. Es cierto que sus intereses se han visto un poco opacados por la presencia de las ex metrópolis todavía influyentes sobre las ex colonias, como así también por la emergencia de gobiernos revolucionarios socialistas apoyados por la URSS. En los tiempos actuales, Africa pasó a ser algo muy importante para Washington. El gobierno de Estados Unidos ratificó el papel de África en su diseño geoestratégico imperial con el establecimiento de un nuevo comando estratégico, según se informó en el mes de agosto de este año. Por primera vez, la región será atendida desde un único comando, el recién creado US. Africa Command (AFRICOM).
Estados unidos durante los tiempos de guerra fría ha comenzado a tener un creciente interés por el continente africano. Es cierto que sus intereses se han visto un poco opacados por la presencia de las ex metrópolis todavía influyentes sobre las ex colonias, como así también por la emergencia de gobiernos revolucionarios socialistas apoyados por la URSS. En los tiempos actuales, Africa pasó a ser algo muy importante para Washington. El gobierno de Estados Unidos ratificó el papel de África en su diseño geoestratégico imperial con el establecimiento de un nuevo comando estratégico, según se informó en el mes de agosto de este año. Por primera vez, la región será atendida desde un único comando, el recién creado US. Africa Command (AFRICOM).
La Casa Blanca ha anunciado la creación del Comando África de Estados Unidos (AFRICOM) con el fin de: reforzar la asociación en materia de seguridad con los países del continente; incrementar las habilidades en las tácticas anti-terroristas en los países receptores; apoyar las estructuras de seguridad de las organizaciones subregionales; y, “si fuese necesario”, conducir las operaciones militares en el continente. Debe destacarse que existe una coincidencia estratégica entre los militares y los grupos empresariales con intereses en el continente africano, especialmente los vinculados al sector de los hidrocarburos. Estados Unidos necesita incrementar su presencia, por la abundancia de recursos naturales en África.
En los últimos tiempos, en la zona del Golfo de Guinea, la fiebre del oro negro ha despertado la codicia de Occidente, como así una feroz competencia, si se quiere, interimperialista. Los intereses franceses, británicos y españoles, como así también los holandeses, chinos y malayos, en esta región occidental africana se han visto trastocados por la presencia de la Casa Blanca últimamente. La administración republicana de George Bush ha lanzado el proyecto denominado “Década de África”, con el supuesto objetivo de brindar ayuda política, social y “humanitaria” al continente.
No obstante, este proyecto apunta a monitorear específicamente el Golfo de Guinea, región que compone un arco de países ricos en yacimientos petrolíferos que incluyen a Nigeria, Guinea Ecuatorial, Camerún, Gabón y Angola. El plan de Washington es estabilizar políticamente esa región africana y fomentar su desarrollo económico a fin de crear las condiciones para continuar las inversiones. Las compañías norteamericanas tienen previstas inversiones de más de 50 mil millones de dólares de aquí al 2010, además de otros planes en el mismo sentido de sus fuertes competidores en Francia, España, Gran Bretaña, Holanda, China y Malasia. La administración Bush, espoleada por el poderoso lobby African Oil Policy Iniciativo Group, es la primera interesada en aumentar su influencia y control sobre los recursos de la zona. Estados Unidos, que consume el 27 por ciento de la producción mundial de oro negro, ya compra el 50 por ciento de la producción de Gabón y el 45 por ciento de las de Angola y Nigeria. Pero esto no ha hecho nada más que empezar. Para 2015, Estados Unidos importará de África el 25 por ciento del petróleo que utiliza. Sólo para el periodo 2003-2008 se han calculado inversiones en Africa por valor de 35.000 millones de dólares. Ante tan jugoso pastel, las petroleras han movido ficha. A su tradicional presencia en los dos grandes productores continentales (Nigeria y Angola) se suma ahora una incesante actividad en otros países. Así, es como Exxon Mobil ha llegado a Guinea Ecuatorial y logra controlar el mayor yacimiento del país. Por otra parte, Exxon Texaco y Chevron controlan el oleoducto de Doba que da salida al petróleo de Chad, y de las tres compañías con licencias en el diminuto país insular Santo Tomé y Príncipe dos, Exxon y Chrome Energy, son estadounidenses.
En Eurasia…
Por último nos queda destacar los intereses norteamericanos en Europa y Asia. Ya es sabido lo del Oriente Medio. Estados Unidos controla el gas afgano y el petróleo irakí, mantiene una fuerte alianza con Arabia Saudita, Yemen, Omán, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Kuwait, Pakistán y Líbano, deja en manos de Israel el control sobre la Palestina y logra amistad con Egipto, Argelia, Túnez, Marruecos y últimamente Libia. Los escollos a vencer serían Siria e irán, como así también el Hamas y el Hizbollah. Es decir, todo indica que esa región del planeta está fuertemente custodiada por Estados Unidos.
La Casa Blanca va por Asia Central y la contención de China. Las preocupaciones de la Casa Blanca ante el pronosticado agotamiento de los agentes energéticos en los próximos 25 años encajan dentro de sus planes en Asia Central, según deliberó el Consejo Nacional de Petróleo reunido en julio pasado. Los geólogos especializados en temas relacionados con el petróleo reclaman haber descubierto 17 mil millones de barriles de petróleo crudo en el mar Caspio. Las estimaciones actuales indican que, además de los inmensos depósitos de gas natural, la bahía del Caspio también tiene hasta 200 mil millones barriles de petróleo. Es suficiente para satisfacer la demanda de energía en Estados Unidos durante un período de al menos 30 años.Si bien es cierto que lo anterior es una estimación substancial, aún no iguala las reservas estimadas en los países del Golfo Pérsico. Dicha región sigue siendo el centro mundial de petróleo. Sin embargo, ante el colapso de la Unión Soviética, la región del Caspio ha asumido una importancia global totalmente nueva. Se proyecta que la totalidad de reservas de petróleo existentes en el litoral caspiano de los países de Irán, Kazajstán, Azerbaiyán, Turkmenistán y Rusia, es de 25 mil millones de toneladas métricas; es decir, casi el 15 por ciento del total de las reservas petroleras del mundo (y un 50 por ciento de las reservas de gas natural).
En Eurasia…
Por último nos queda destacar los intereses norteamericanos en Europa y Asia. Ya es sabido lo del Oriente Medio. Estados Unidos controla el gas afgano y el petróleo irakí, mantiene una fuerte alianza con Arabia Saudita, Yemen, Omán, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Kuwait, Pakistán y Líbano, deja en manos de Israel el control sobre la Palestina y logra amistad con Egipto, Argelia, Túnez, Marruecos y últimamente Libia. Los escollos a vencer serían Siria e irán, como así también el Hamas y el Hizbollah. Es decir, todo indica que esa región del planeta está fuertemente custodiada por Estados Unidos.
La Casa Blanca va por Asia Central y la contención de China. Las preocupaciones de la Casa Blanca ante el pronosticado agotamiento de los agentes energéticos en los próximos 25 años encajan dentro de sus planes en Asia Central, según deliberó el Consejo Nacional de Petróleo reunido en julio pasado. Los geólogos especializados en temas relacionados con el petróleo reclaman haber descubierto 17 mil millones de barriles de petróleo crudo en el mar Caspio. Las estimaciones actuales indican que, además de los inmensos depósitos de gas natural, la bahía del Caspio también tiene hasta 200 mil millones barriles de petróleo. Es suficiente para satisfacer la demanda de energía en Estados Unidos durante un período de al menos 30 años.Si bien es cierto que lo anterior es una estimación substancial, aún no iguala las reservas estimadas en los países del Golfo Pérsico. Dicha región sigue siendo el centro mundial de petróleo. Sin embargo, ante el colapso de la Unión Soviética, la región del Caspio ha asumido una importancia global totalmente nueva. Se proyecta que la totalidad de reservas de petróleo existentes en el litoral caspiano de los países de Irán, Kazajstán, Azerbaiyán, Turkmenistán y Rusia, es de 25 mil millones de toneladas métricas; es decir, casi el 15 por ciento del total de las reservas petroleras del mundo (y un 50 por ciento de las reservas de gas natural).
El petróleo y gas del mar Caspio no son los únicos depósitos de hidrocarburos en esta región. En el desierto de Karakum en Turkmenistán se encuentra la tercera reserva de gas más grande del mundo, de aproximadamente 3 billones de metros cúbicos y seis mil millones de barriles en reservas de petróleo. Otros campos de gas y petróleo en los países adyacentes de Uzbekistán, Kazajstán, Tayikistán y Kirguistán, aumentan las potenciales reservas de energía barata a disposición de los países carentes de petróleo y también están atrayendo a inversionistas de Estados Unidos.
¡Coincidencia! La guerra en Afganistán permitió al imperio norteamericano establecerse militarmente no solo en ese país sino también en las repúblicas ex soviéticas de Asia central como Uzbekistán y Kirguistán, e incluso en la región de los Cáucasos, en Georgia. De esta forma Washington colocó sus vasallos en el centro de la región euroasiática, entre Rusia y China.Está claro…Estados Unidos no se detendrá en Afganistán e Irak, ni tampoco en las presiones sobre Irán o Siria, o Zimbabwe, etc. El imperio no parece rendirse tan fácilmente. En realidad, los objetivos imperiales de Washington en los albores del siglo XXI siguen intactos; es decir, la doctrina de la “lucha contra el terrorismo” sigue firme. Muchos analistas argumentaron que con el 11 de septiembre de 2001 se inicia una nueva etapa en la historia reciente de la humanidad. Se inicia una nueva etapa imperial de Estados Unidos sobre el globo que busca la apropiación coercitiva de los recursos naturales para la satisfacción de un puñado de multinacionales. Esto recién comienza y no importa si se trata de de neoconservadores republicanos o de seudo progresistas demócratas, sino de una lógica política de dominación íntimamente relacionada con la propia existencia histórica del capital y sus formas de acumulación.
