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Programa 27 de septiembre de 2007

  • Internacionales


Myanmar:
Gobierno militar, rebelión budista y “sanciones occidentales”.


Por Mauricio David Idrimi

La gran rebelión de los monjes budistas, acompañados de ciudadanos comunes, contra el régimen militar de la Unión de Myanmar, ex Birmania, en esta última semana de septiembre de 2007, colocó de nuevo a ese país del sudeste asiático en la mira de la comunidad internacional. Más de 50 000 personas protestaron en Myanmar contra un régimen dominado por las fuerzas armadas desde 1962, año en que se estableció la denominada “vía birmana al socialismo” y un gobierno que proclamaba la lucha antiimperialista en tiempos de guerra fría. Hoy, la ex Birmania, antigua colonia británica, parece más bien un gobierno militar con rasgos autoritarios crecientes que recuerda al de las dictaduras capitalistas asiáticas apoyadas por Washington, como las de Pakistán, Uzbekistán, Kazajstán y Tailandia. Si bien, en el marco de la Asamblea de las Naciones Unidas, Estados Unidos y la Francia del derechista Sarkozy anunciaron fuertes sanciones contra los militares de Myanmar y un “compromiso” para establecer la democracia, las multinacionales occidentales ignoran lo que sucede en ese país y tratan de hacer sus negocios como sea en tierras birmanas, dándole de esta manera apoyo y poder a las fuerzas armadas que gobiernan con puño de hierro y apelando al trabajo forzoso sobre gran parte de la población.

Radiografía de la Unión de Myanmar.

La Unión de Myanmar es un país compuesto por 14 estados ubicado en el sudeste de Asia que posee límites fronterizos con India, Bangla Desh, por el oeste, y con China, Tailandia y Laos, por el este. Su superficie es de 678 500 kilómetros cuadrados, casi la superficie del estado norteamericano de Texas; allí viven poco más de 42 millones de personas que en su mayoría son de religión budista (se estima que el 83 por 100 de la población sigue la religión del Buda). La lengua mayoritaria es la birmana, pero existen pequeñas comunidades tribales como las de las etnias karen y shan. También hay comunidades que practican el islam, el hinduismo y el cristianismo, pero son minorías dentro de la sociedad birmana. Hasta el año 2005 la capital histórica del país fue Rangún, que fue reemplazada por la ciudad de Pyinmana, verdadera fortaleza de la junta militar.
Myanmar es un país básicamente rural donde se cosecha arroz, maíz, caña de azúcar y legumbres. Posee escasas reservas de petróleo y gas, pero si un abundante recurso forestal codiciado por las empresas multinacionales madereras.

La radiografía social es penosa. La esperanza de vida en el país llega los 55 años de vida aproximadamente, similar a la de varios países africanos. Solo el 30 por 100 de la población está alfabetizada y más del 60 por 100 vive en la pobreza absoluta. Las clases dirigentes militares y miembros del aparato burocrático estatal gobiernan sobre una amplia masa de trabajadores rurales, mientras que existe un pequeño sector urbano que se dedica a las profesiones liberales, al comercio y la economía informal y trata de buscar su propia autonomía frente al régimen.
Muy influyente es la comunidad religiosa y milenaria de los monjes budistas, que desde que en 1962 se instauró el gobierno militar pasó a ser vigilada y perseguida por sus posiciones contrarias a la ideología oficial de la “vía birmana al socialismo”, que proclamaba el ateísmo y la separación de la religión con el estado.

Otro actor no muy mencionado en los medios de prensa occidentales es la droga. Junto a Laos y Tailandia, Myanmar conforma el llamado “triángulo de oro” del cultivo mundial de opio y fabricación de heroína blanca. Narcotraficantes de todo el mundo, especialmente del sudeste asiático, pasan por allí y realizan sus negocios turbios bajo la mayor de las veces con complicidad de ciertos funcionarios aduaneros del régimen militar.

Régimen militar en aprietos.

Desde los tiempos de guerra fría el régimen militar birmano mantiene una fuerte hostilidad con Washington y el resto de las potencias occidentales. Entre 1962 y 1992 gobernó el país el general Ne Win, líder del Partido Birmano del Programa Socialista, que recibía apoyo tanto de la Unión Soviética como de China. En 1992 le sucedería el general Than Show, que se convertiría desde entonces en presidente del actual Consejo para la Paz y el Desarrollo del Estado.

Entre fines del decenio de 1980 y los albores del decenio de 1990, el régimen militar fue abandonando la postura marxista pro soviética y trató de seguir los pasos del “socialismo de mercado” que adoptaron China y Viet Nam. Durante ese tiempo emergería una fuerte oposición liderada por Aung San Suu Kyi, hija del legendario héroe de la independencia birmana Aung Sang, que aglutinó a fuerzas civiles y religiosas budistas que recibían el visto bueno de la administración republicana de Ronald Reagan y de la premier británica derechista Margareth Thatcher.

En 1990 la Liga Nacional por la Democracia, liderada por Sang Suu Kyi, que se hace eco de la ayuda de Occidente, logró el respaldo mayoritario en unas elecciones legislativas cuyos resultados se quedaron en la simple anécdota. Los militares se aferraron al poder y se negaron a transferir el gobierno hasta que se redactara una nueva Constitución, siempre bajo su aprobación. Los diputados electos de la Liga Nacional por la Democracia constituyeron un gobierno en el exilio, en Gran Bretaña y Estados Unidos.

Los líderes de Occidente empezaron a tomar conciencia de lo que ocurría en la ex Birmania cuando Suu Kyi recibió, en 1991, el Premio Nobel de la Paz. Para entonces, la hija del general Aung San llevaba dos años bajo un arresto domiciliario que aún duraría hasta julio de 1995. Vigilada siempre de cerca por el régimen —que durante años ha intentado forzar su exilio voluntario—, volvería a estar detenida entre septiembre de 2000 y junio de 2002. La administración Bush colocó a Myanmar dentro de la “lista negra” de países considerados “terroristas”, “dictatoriales” o “canallas”, como así también impuso sanciones económicas con el fin de presionar al gobierno militar a que llevara a cabo reformas democráticas.

Occidente y Myanmar: entre el “repudio moral” y los posibles negocios.

Ante la Asamblea de las Naciones Unidas, en la sede de Nueva York, el miércoles 25 de septiembre último, Bush señaló al régimen militar de Myanmar como enemigo de la democracia. Dijo: “Estados Unidos reforzará las sanciones a los líderes del régimen y sus patrocinadores financieros, y ampliaremos la prohibición de visa a quienes son responsables de los derechos humanos”. Por su parte, su aliado europeo, el conservador y derechista Nicolás Sarkozy también se refirió a Myanmar en las Naciones Unidas: “Estoy extremadamente preocupado con la situación en Myanmar”. Desde 1996 la Unión Europea mantiene sanciones económicas contra Myanmar, pero ¿cuánto se cumple de ellas en realidad?
El régimen militar birmano tiene estrechas relaciones comerciales, económicas y financieras con China. Pero los demócratas occidentales no dicen nada acerca de las multinacionales que invierten en Myanmar. Son 400 las empresas internacionales que mantienen vínculos comerciales con la antigua Birmania, pese a los abusos a los derechos humanos y sindicales que comete el gobierno militar. Son los datos más recientes que actualizan la lista de empresas con vínculos comerciales en Birmania y con su régimen militar. Como parte de su campaña por el respeto de los derechos humanos y sindicales en este país asiático, la Confederación de Organizaciones Sindicales Libres (CIOSL) acaba de añadir 36 nuevas compañías a su lista negra, con lo que el total supera ya las 400 transnacionales. Otra campaña sobre Myanmar, la británica, que históricamente ha sido una de las más activas e insistentes en denunciar al régimen birmano, acaba de anunciar que grandes empresas como Lloyd’s, Rolls Royce, Ericsson, Alcatel o Daewoo se han sumado recientemente a su lista. Otras, como Ernst & Young, han causado baja porque han cortado sus lazos con Myanmar. La mayoría de las 400 empresas, casi un 25%, son británicas o de satélites comerciales y financieros del Reino Unido como Hong Kong o Singapur. También predominan las transnacionales japonesas, norteamericanas y alemanas.
Mientras se denunciaba a Myanmar las multinacionales operaban impunemente en el país. Muchas de las multinacionales presionaban a los gobiernos de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia para que no apliquen prohibiciones para invertir en Myanmar. Allí existe mano de obra barata y trabajo forzoso aprovechable sobre todo en la industria textil, en la cual Nike, Reebok, Adidas y otras empresas afines participan activamente. En Myanmar, cada día los militares obligan a centenares de hombres, mujeres, niños y personas de edad a realizar trabajos en contra de su voluntad y para las empresas multinacionales y sus subsidiarias locales. El trabajo forzoso también puede consistir en construir campamentos para el ejército, caminos, puentes o vías férreas, con apoyo de capitales alemanes y japoneses. Una negativa a realizar la tarea puede provocar la detención, tortura, violación o asesinato de la persona en cuestión. Existen solamente dos modos de evadir el trabajo forzoso: pagar a alguien para que efectúe un reemplazo o, cuando ya no se tiene dinero, huir del país antes de que el ejército se presente a quemar el pueblo y asesine a esa persona o a su familia.
El drama de los exiliados afecta a Tailandia y la India. Miles y miles de personas huyen del trabajo forzoso a esos dos países. Tailandia criticó los planes de Estados Unidos de continuar castigando al gobierno militar de Myanmar por su más reciente campaña contra la oposición demócrata del país. Tailandia argumenta que las iniciativas del gobierno de Bush de imponer sanciones económicas contra Myanmar sólo perjudicarán a la población pobre del país, y no al gobierno militar y señaló que las medidas obligarán a una mayor cantidad de birmanos a emigrar a Tailandia en busca de trabajo. Pero los exiliados huyen más bien de la esclavitud que las multinacionales imponen bajo custodia del régimen militar birmano, que de las hipotéticas sanciones “salvadoras” de Washington o la Unión Europea.
Myanmar puede ser que integre la “lista negra” de la Casa Blanca, pero por ahora Washington no tiene planes de intervenir en el país al estilo Afganistán o Irak. Ni siquiera apoyando al exilio militarmente, o incentivando a un gobierno amigo, que puede ser Tailandia o Bangla Desh, para que intervenga en los asuntos internos, como lo hizo en el conflicto de Somalia cuando arrastró a Etiopía a intervenir con tropas en el país vecino para apoyar fuerzas pronorteamericanas para derrotar a fuerzas islámicas que habían logrado tomar la capital Mogadiscio. En la agenda de las potencias la prioridad es Irán. No se descartaría que el día de mañana la junta militar de Myanmar se convierta en un nuevo aliado de Washington, como lo está haciendo Libia, otrora país paria para Occidente tiempo atrás. La presión sobre el régimen es solo verbal.