- Editorial
Carga y descarga
Una montaña enorme se expande en lo que antes fue un descampado. El moho que rodea la zona transforma en verde aguachento las nubes que lentas viajan. Se inunda a su vez de roedores que van a morder la carroña. Insectos recorren la superficie llevando sus porquerías. Toda la trama es opaca y se aglutina al terreno que no muy lejos de allí sobrevive del mismo modo.
Un camión llega y dos operarios bajan dejando el motor encendido. Abren la compuerta trasera y subiéndose de un salto se preparan para trabajar. Enguantados toman sus palas y descargan lentamente la mercadería. Enormes trozos de miseria son despedidos mecánicamente por fatigados brazos que repiten la operación tres veces al día. Cuando llueve la tarea se hace tediosa porque los olores son más fuertes y hasta les provoca cierta tristeza.
A lo lejos un grupo de niños juega frente a un paredón con una pelota desinflada. Sus pies descalzos penetran abruptos dentro de charcos putrefactos donde el sol no atraviesa. Menguan sus años en cada nuevo zapatazo que dan y las probabilidades y estadísticas siguen manteniéndolos en la más feroz de las cuentas matemáticas. Sus ojitos miran la nada y nos morimos de inhumanos en cada una de las lágrimas que desparraman.
Los operarios, en tanto, ahuyentan a los niños para que no vean lo que en aquella montaña sucede como si acaso su inocencia los delate idiotas. Siguen con sus palas desperdigando la carga que llega del centro urbano. Han oído algunos gritos, supieron confesar, mientras realizaban la recolección en las calles atestadas. Dijeron dentro de ensambladas supersticiones que muchas manos se les inclinaron en síntoma univoco de auxilio. Otros más desesperados se perturbaron hasta perder la cordura por completo puesto que es tarea difícil la de los operarios.
Hace no mucho tiempo atrás, la montaña apenas si se veía desde una ruta que la acerca cuasi extremidad al centro de la ciudad. Pero los residuos con el correr de los años han ido creciendo progresivamente y sus picos ya se vislumbran desde todos los puntos cardinales.
Por la noche, es sabido, los montículos que se propagan a los bordes causan movimientos desgarradores y el vaivén delata la irremediable naturaleza de la que están provistos. Hasta se oyen diálogos sonámbulos que se pretenden desatender.
Algunos maquiavélicos personajes, en autos lujosos, suelen transitar la circunvalación y cazar de un tirón los pedazos de hombres que yacen semimuertos para cosechar sus fortunas y una vez terminada la actividad vuelve el camión con los operarios y las palas descargando la fétida consumación del círculo en el que nos hemos convertido.>