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Pakistán: un socio de Occidente en aprietos
Por Mauricio David Idrimi
La geopolítica de Washington fuera de sus fronteras está cada vez está más alterado. A las interminables guerras de Afganistán e Irak se le suma la crisis política de Pakistán. En ese país del Asia Central gobierna el general Pervez Musharraf, dictador aliado de la Casa Blanca y de la Unión Europea, que se ha sumado a la campaña imperialista de la denominada “lucha contra el terrorismo” que vocifera la administración del presidente Bush. Los enfrentamientos en torno a la Mezquita Roja y la decisión de liquidar a los rebeldes islamistas, liderados por el clérigo Abdul Rashid Ghazi y atrincherados en aquella sede universitaria de gran prestigio en Islamabad, responden al lineamiento pro occidental de la dictadura de Musharraf: evitar que los “terroristas islámicos” ganen terreno en Asia Occidental y Central. La capital paquistaní se encuentra en estado de alerta y el gobierno despachó miles de soldados a la región fronteriza con Afganistán ante el temor de ataques de represalia por parte de grupos radicales islamistas. Mientras tanto, la Casa Blanca teme que su aliado pakistaní se encuentre atrapado en una crisis política interna que puede desembocar en su caída.
Un poco de historia: Pakistán como peón occidental.
Pakistán formó parte del imperio colonial británico de la India. En 1947 obtiene la independencia de Londres y a partir de entonces vive una gran disputa con India hasta el día de hoy. A partir de su independencia Pakistán, (apoyado siempre por Estados Unidos), ha permanecido en constante disputa con India, (que recibía apoyo diplomático de la URSS y del Movimiento de los Países No Alineados), por el territorio de Cachemira y con Afganistán por la línea de Durand. Casi inmediatamente luego de su independencia, India y Pakistán fueron a la guerra por el estado y otras guerras fueron libradas en 1965 y 1971 por el territorio. La historia política pakistaní se encuentra partida en períodos alternantes de dictaduras militares y gobiernos democráticos civil-parlamentarios. Durante la década de 1980, Pakistán recibió ayuda de diferentes países occidentales frente a la amenaza que suponía la intervención soviética en Afganistán para apoyar al gobierno revolucionario de Kabul. El ingreso de refugiados afganos (la mayor población de refugiados del mundo) produjo un fuerte impacto en Pakistán. La dictadura del general Mujjamad Zia ul Haq también vio una expansión de la ley islámica, así como un influjo de armamento y drogas de Afganistán. Durante la década de 1990 Pakistán todavía continuaba con sus conflictos fronterizos con India, a riesgo de desatarse una guerra nuclear, ya que ambos países habían llegado a una carrera armamentística atómica muy peligrosa. Con la aparición del régimen islámico del Talibán en Afganistán, en 1996, Pakistán se convirtió otra vez en el país peón de la geopolítica de la Casa Blanca, esta vez para detener el avance del radicalismo musulmán en la región que amenazaba seriamente los intereses hidrocarburíferos de las multinacionales occidentales. En 1999, Washington y la Unión Europea no dudaron en apoyar el golpe militar del general Musharraf, quien se alineó firmemente a Occidente apoyando las invasiones anglo norteamericana y de la OTAN sobre los pueblos afagno e irakí en 2001 y 2003 respectivamente.
La deuda perdonada o camino a la servidumbre pakistaní.
La dictadura de Musharraf obtuvo ciertos “beneficios” para Pakistán a cambio de su actitud servil frente a las políticas expansionistas de Washington en Medio Oriente. En 2001, durante su invasión sobre Afganistán, Estados Unidos convirtió al régimen de Musharraf en su principal aliado local y aceptó negociaciones referentes a aliviar la deuda externa pakistaní.
Pakistán tenía una deuda externa, a fines de 2001, de 32 800 millones de dólares. Estados Unidos es acreedor de un 10 por ciento de tal deuda y el gobierno de Bush acepta la renegociación de la deuda externa. También Washington estimuló a que el FMI ayudara a Islamabad. En noviembre de 2001 se inicia en el seno del Club de París la renegociación de la deuda bilateral pakistaní por valor de de 12 500 millones de dólares (el 94 por ciento de la deuda pakistaní con los acreedores miembros del Club de París). En diciembre del mismo año, Pakistán recibe un préstamo del FMI de 1400 millones de dólares, bajo las duras condiciones de establecimiento de políticas de ajustes. En agosto de 2002 se anunciaba un nuevo acuerdo entre Washington e Islamabad para renegociar la deuda externa pakistaní por valor de 3000 millones de dólares.
Lo “occidental” que está en juego en Pakistán.
Pakistán es un país muy importante para los intereses de Occidente. Posee ocho estratégicos yacimientos de petróleo y gas que recorren casi de norte a sur la nación. Otro dato a tener en cuenta es que también posee ocho principales instalaciones industriales de extracción de uranio, enriquecimiento de uranio, fábrica de armamento nuclear, centrales nucleares y reactores de investigación nuclear. Es decir, Pakistán es una potencia nuclear relevante en Asia Central, junto a su rival India. Estados Unidos no permitiría que Pakistán caiga en manos de dirigentes islamitas anti occidentales.
El general Musharraf se ha ganado varios enemigos dentro de Pakistán, sobre todo aquellos partidarios de la Jihad islámica, que aglutina a varios sectores de la sociedad que rechazan abiertamente la alianza Islamabad-Washington. En este grupo están tanto la juventud, facciones de las fuerzas armadas y de los servicios de inteligencia, y, por supuesto, gran parte del clero. Tanto Musharraf como Washington estiman que si Pakistán cae en manos de los jihadistas o pro talibanes, heredarían el gran arsenal nuclear engendrado en el país debido a la confrontación fronteriza con India.
A las terribles guerras en Afganistán e Irak, al conflicto de Palestina, al hostigamiento sobre Siria e Irán, se suma la posible crisis interna de Pakistán, país clave para Washington en su afán de controlar sin problemas la entrada al Asia Central, es decir, controlar el ascenso de India y, sobre todo, China. Estados Unidos presiona a Musharraf para que actúe con firmeza frente a los jihadistas locales, pero a su vez el dictador de Islamabad se siente cada vez más presionado por una amplia mayoría de la sociedad que no quiere saber nada de alianzas con Occidente. Como señala el analista vasco Txente Rekondo, en una nota publicada en Rebelión:
Un escenario que salga de la imposición de la fuerza, producirá más violencia y caos, y si esas medidas cuentan con el visto bueno de EEUU, la respuesta islamista será más virulenta todavía, al tiempo que la alienación de buena parte de la población contra los planes occidentales crecerá. Desde Occidente se apuesta por una salida airosa para el actual presidente, incitándole a liderar junto con la oposición política una “transición”. No obstante, las fuerzas que deberían acompañar a Musharraf son el vivo reflejo del pasado más corrupto, y que rechaza buena parte de la población pakistaní.
El régimen dictatorial de Musharraf está en serios aprietos y Washington deberá pensar una estrategia más para seguir controlando el ya convulsionado panorama del Oriente Medio.
