La mujer en dos diferentes mundos
Por Mauricio David Idrimi
De acuerdo con el Corán, el Islam también eliminó el concepto de mujer como fuente de maldad que aún persiste en la tradición jedo cristiana, ya que niega que Eva haya tentado a Adán, sino más bien dice que ambos han desobedecido a Dios.En el Corán también se hace un llamado a eliminar la discriminación sobre la mujer; se refiere a hombres y mujeres con igual recompensa sin demeritar por razón de género:
Dios ha preparado perdón y magnífica recompensa para los musulmanes y las musulmanas, los creyentes y las creyentes, los devotos y las devotas, los sinceros y las sinceras, los pacientes y las pacientes, los humildes y las humildes, los que y las que dan limosna, los que y las que ayunan, los castos y las castas, los que y las que recuerdan mucho a Dios. (El Corán, 33:35)
El Islam es una religión que se opone a todo tipo de discriminación entre hombres y mujeres, clases sociales, o por razones de etnia o nacionalidad todos tienen los mismos derechos y obligaciones.Así como las monjas católicas se cubren de pies a cabeza debido a su religiosidad, la mujer musulmana también está siempre asociada con una antigua tradición conocida como el “velo”. La hijab generalmente cubre el cabello, el cuello y el pecho, pero también puede cubrir la cara dejando descubiertos los ojos o la burka que cubre la cara por completo. La mujer puede prescindir del velo en su casa y lucir su belleza y adornos con sus familiares cercanos como esposo, hijos, tíos y niños, pero deben evitar ser vistas sin el velo por hombres extraños; igualmente ordena a los hombres bajar la mirada ante mujeres desconocidas y la vestimenta de ellos también debe ser recatada. El velo no es un símbolo de ignorancia, sumisión al hombre, marginación o un estigma que le impida su desarrollo, sino que libera a la mujer de ser considerada como un objeto que es apreciado únicamente por su belleza.
Baste recordar que la existencia del alma de la mujer fue objeto de una negación encarnizada por los cristianos, que dio lugar a una votación en el concilio de Trento donde se aprobó que la mujer tenía alma tan sólo por un voto de diferencia. De este modo, la tradición sagrada occidental ha excluido a la mujer de la perfección espiritual, expresada en el sacerdocio, tolerándola como ‘remedio de la concupiscencia’.
Es en la segunda mitad de este siglo, en el seno del Estado Social de Derecho, cuando los movimientos de mujeres de Europa y América del Norte arrancaron a los legisladores civiles el reconocimiento de la igualdad de la mujer, de manera que su status se ha visto ‘aliviado’ en la práctica social y política, no así en la tradición sagrada cristiana, que perdura anclada en los principios de jerarquía sexista que comentábamos antes, status privilegiado que los hombres han ‘cedido’ a favor de la mujer.
Por el contrario, el Corán dota a la mujer de un status jurídico propio como Sujeto Individual de Derecho, y por primera vez en la historia de occidente, la mujer tiene derechos espirituales, sociales, económicos y políticos dictados por Dios.
En la actualidad, en el mundo occidental vemos como la mujer, a través de miles de engaños y fraudes por medios auditivos, visuales, psicológicos, sensoriales, estéticos, artísticos y banales, utilizan su existencia para persuadir a los consumidores a adquirir innecesariamente productos, mancillando su honor y dignidad. Vemos como es desnudada en almanaques, revistas, reinados de belleza, vallas publicitarias, en programas de televisión y en prostíbulos en general. La mujer dentro del medio socio cultural occidental actual ha caído en un trato que está relacionado a lo meramente mercantil y material.
Una de las prácticas tradicionales africanas que más polémica levantan en el mundo occidental y que se asocian con el Islam equivocadamente es el caso de las mutilaciones genitales femeninas. Esta práctica es anterior a la llegada del Islam por el África subsahariana y es una tradición misógina tribal que persiste en varios países del continente negro. En ninguna parte del Corán se hace mención de esa práctica, que en la mayoría de los casos pertenece a religiones animistas y totémicas de sociedades aún agrícolas y hasta de cazadores y recolectores de África subsahariana.
En las sociedades islámicas no es que la mujer disfruta de igualdad plena con el hombre. El respeto a la mujer sigue siendo una actitud todavía de paternalismo masculinista. Lo mismo sucede en Occidente bajo otros parámetros culturales. Es cierto que en el mundo occidental podemos encontrar a mujeres políticas o que de hecho asumen puestos de poder significativos: los casos de Thatcher, de Bachellet, de la filipina Corazón Aquino, de la secretaria de estado norteamericana Rice, o de la argentina Cristina Fernández de Kirchner. Pero en el mundo musulmán también sucede lo mismo: Bhutto fue presidente de Pakistán en los años noventa y en gobiernos como el de Siria, Irán, Libia y Egipto existen varias funcionarias estatales de alto rango. Tanto en Occidente como en el mundo islámico las mujeres de la alta sociedad o de los sectores acomodados llegan a puestos de poder; no es un mérito de Occidente de que solo tenga presidentes o ministros mujeres. También en el mundo islámico como en Occidente existen grupos feministas que luchan por los derechos de la mujer no solo de Oriente Medio, sino también de todo el mundo. Todavía en Occidente y en Oriente Medio, como en el resto de las sociedades actuales, existe la cultura patriarcal.