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Programa 6 de septiembre de 2007

  • Editorial





No nos olvidamos de Afganistán e Irak


Hoy en día las guerras de Afganistán e Irak parecen ser un cúmulo de anécdotas horrendas de atentados suicidas, ataques de marines norteamericanos sobre objetivos civiles, amenazas de guerra civil y desestabilización de dos naciones islámicas castigadas.

Es como si esas malditas guerras imperiales del Tío Sam y su siervo británico ya no parecen tener la prensa debida para entender “a fondo” el supuestamente conflictivo Oriente Medio.

Casi seis años después del 11 de septiembre de 2001, los resultados prácticos de la pretendida lucha antiterrorista desencadenada por la administración de George W. Bush son más que decepcionantes, y han provocado serias afectaciones para el orgulloso Derecho Internacional Público, el funcionamiento de la ONU y para la dinámica, en su conjunto, del sistema de relaciones internacionales.

Ya no caben sospechas…
La guerra imperial sobre los pueblos afgano e irakí no son solo para apoderarse de los recursos naturales, del gas y del petróleo, sino para reafirmar violentamente el dominio de unos pocos poderosos sobre una mayoría sumida todavía en la dictadura de los mandarines occidentales…

Más de miles de muertos en Afganistán, la mayoría civiles inocentes, en manos de la siniestra OTAN…
Más de 100 000 muertos en Irak por la aventura militar unilateral de Estados Unidos…
Más de dos millones de refugiados irakíes y afganos producto del genocidio occidental…

¿Qué reflexionar ante tanta muerte causada?
Algunos hablan de una derrota, otros de que Washington está padeciendo un nuevo Viet Nam…
La invasión de Afganistán e Irak, mucho más este último, representan para la estrategia norteamericana un fracaso político y un probado desastre militar.
Un fracaso político porque los neoconservadores creyeron que podían usar la guerra para consolidar un sistema internacional de dominación unipolar.
O sea, un típico imperio romano o gobierno mundial incapaz de facilitar el ascenso de cualquier potencia actual, en particular China y Rusia, al rango de superpotencia en las relaciones internacionales.
No nos engañemos más: El contenido geopolítico de dicha estrategia ha estado centrado en la conquista de las rutas del petróleo y el gas, en la penetración de Washington en Asia Central para el establecimiento de bases militares en el espacio ex soviético y cerca de las fronteras territoriales de China.
De eso se trata la lógica imperial, de eso se trata ser imperio.

Pero los imperios han caído: el de los faraones egipcios, el de Babilonia, el de los romanos, el de los portugueses y españoles, el británico, el francés…
¿Por qué no puede caer el imperialismo estadounidense?
¿Por qué no el de la Unión Europea?

El yugo de los señores actuales de la Tierra puede ser doloroso, monstruoso y vil, pero no caben dudas de que es pasajero, no eterno… es un gigante de oro con claros pies de barro, al cual se puede derribar si la humanidad entera toma conciencia de su liberación, toma las armas necesarias para derrumbar a los que hoy saquean y destruyen todo a su paso.


Ayer amaneció el pueblo
desnudo y sin que ponerse,
hambriento y sin qué comer
y el día de hoy amanece
justamente aborrascado
y sangriento justamente.
En su mano los fusiles
leones quieren volverse
para acabar con las fieras
que lo han sido tantas veces.


Grupo Editorial " Al Dorso"