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Programa 8 de Mayo de 2008

  • Internacionales


  • Somalia: la inestabilidad permanente.


    Por Mauricio David Idrimi

    El presidente actual de Senegal, Abdoulaye Wade, había dicho en una oportunidad que la FAO “hay que suprimirla”, ya que sus operaciones y reuniones protocolares para tratar sobre la erradicación del hambre en el mundo solo derrochan dinero y no llegan a operativizar nada en concreto contra ese flagelo. Cuando nadie hablaba del problema, ya Fidel Castro en sus reflexiones escritas trataba de alertar al mundo sobre la crisis alimentaria.

    Declaraciones muy fuertes por cierto que no hacen más que reflejar uno de los flagelos más dramáticos de la historia humana: el hambre. Y en estos días de globalización neoliberal, donde se supone que ella brinda los beneficios del progreso material de la civilización occidental, el Sur sufre el flagelo mortal del hambre, un verdadero genocidio lento para millones de seres humanos.
    Nos habíamos encontrado con grandes protestas sociales en contra de la suba de los alimentos en países como Haití, Marruecos, Indonesia, Pakistán, Senegal, Malí, Sudán, Camerún, Costa de Marfil, Burkina Fasso, Bangla Desh, Egipto, Filipinas y Tailandia, que engendraba más bronca entre poblaciones azotadas por la pobreza y la indiferencia de sus gobernantes. Y ahora se suma a esta ola Somalia, una de los estados de las ONU y de Africa más inestables.

    El lunes 5 de mayo de 2008 sucedió una fuerte represión del ejército local sobre manifestantes que reclamaban contra la suba de alimentos y la circulación de dinero falso. Miles de personas tomaron parte en los disturbios, que comenzaron cuando los comerciantes se negaron a aceptar billetes locales y, en su lugar, exigieron dólares estadounidenses. Los comerciantes se quejaban de los miles de chelines falsos provenientes de imprentas ilegales que han provocado un notable aumento de la inflación. Como resultado de esto y de la inseguridad creciente, los precios de los alimentos se han duplicado. Mogadiscio, capital de Somalia, fue fuertemente abarrotada de soldados que custodiaban el palacio gubernamental, donde gestiona una elite asociada a Occidente y sobre todo a Estados Unidos.

    Nacida de la unión de varias tribus islámicas que formaron el Sultanato de Adel, en el Golfo de Adén, en el siglo VII de nuestra era, su posterior desintegración a raíz de las luchas interétnicas, facilitó su conquista por parte de Egipto en el siglo XVI. Francia y Gran Bretaña, dos de las potencias coloniales que se repartieron el continente como la presa de un gran festín, obtuvieron diversas concesiones territoriales, el primero en la costa y el segundo en Somaliland, en el interior. Posteriormente Italia proclamó su presencia en el centro del país. Durante la segunda mitad del siglo XIX, italianos, franceses y británicos usaron el Cuerno de África como un gran tablero de ajedrez que abandonaron en 1960, cuando las porciones de territorio que habían dominado se unieron en un país independiente: Somalia.

    Desde ese año hasta 1969 la estabilidad política del nuevo país era difícil de mantener. En 1969 un grupo de militares nacionalistas y progresistas se hicieron con el poder bajo el mando del carismático Siad Barre. En 1970 Barre proclamó un estado socialista, preparando el terreno para establecer una estrecha relación con la entonces Unión Soviética. Se nacionalizaron las empresas foráneas, se colectivizó la tierra y se prepararon planes quinquenales con apoyo de Moscú. También se recibió una fuerte ayuda social por parte de los cubanos en materia de educación popular, alfabetización y salud pública. Los primeros tiempos del gobierno de Barre tenía un enemigo muy fuerte, el reino etíope de Haile Selassie, tirano apoyado por Estados Unidos que se convirtió en líder anticomunista en Africa y que reprimía a los movimientos de liberación del Ogadén y de Eritrea. Hacia 1974 la historia cambiaría en la relación entre Somalia y Etiopía.

    En ese año Haile Selassie fue derrocado por una revolución liderada por militares nacionalistas y progresistas que fundarían la república en Etiopía. Barre saludó al nuevo gobierno y pidió por los somalíes del Ogadén, provincia fronteriza con el sur de Somalia bajo administración etíope. Pronto la URSS vio la posibilidad de un nuevo aliado en el cuerno del Africa oriental y ayudaría al nuevo gobierno. Pero los hechos tomarían un rumbo dramático para el movimiento socialista tercermundista. Hacia mayo de 1977 la facción más radical de los militares etíopes tomó el poder bajo el liderazgo de Mengistu el Rojo y fundó una república marxista leninista con el apoyo de la URSS y Cuba. El nuevo gobierno revolucionario proclamó la integridad territorial del país y pidió a los rebeldes de Eritrea y el Ogadén que se unieran al proyecto socialista de Addis Abeba bajo el mando del partido de Mengistu. Somalia, no obstante, exigía por la incorporación del Ogadén a su territorio y alentó a los rebeldes a luchar contra Mengistu y su régimen. Los gobiernos revolucionarios de Cuba y Yemen del Sur intentaron detener un conflicto fronterizo entre Somalia y Etiopía tratando de realizar reuniones de paz. Fue todo un fracaso. Para peor, Somalia se alinearía a Estados Unidos para apoyar a los rebeldes del Ogadén. La guerra no se hizo esperar entre dos estados socialistas, aunque Somalia se sumó al lado occidental de la cortina de hierro.

    La guerra entre Somalia y Etiopía duró hasta 1988, en la cual Addis Abeba derrotó a las tropas somalíes con apoyo de la URSS y Cuba. El Ogadén quedaría bajo territorio etíope. Comenzaría la pesadilla de la inestabilidad para Somalia, ya que Barre quedó desprestigiado frente al país en la guerra, perdiendo toda legitimidad de autoridad. A pesar del acuerdo de paz con Etiopía, Barre fue derrocado tres años después, luego de una lucha inter-tribal que dejó decenas de víctimas mortales. Ese mismo año, Somaliland se declaró independiente. Fue entonces que la inestabilidad creada por la incertidumbre somalí hizo que Naciones Unidas decidiera enviar un destacamento internacional de mantenimiento de la paz, pero su protagonismo no tuvo nada que ver con el logro de una clima pacífico sino el de infantes de marina estadounidenses arrastrados por la masa por las calles de Mogadishu. En 1995, la ONU reconoció su fracaso retirándose del país. El independentismo unilateral de Somaliland y los intentos de Puntland, en el noreste de Somalia, por desgajarse de la metrópoli, hicieron que por mucho tiempo Somalia fuera una nación que desconfiaba de si misma, con señores tribales disputándose el control de un país sin un gobierno propio.

    POr ello, en un intento por otorgarle a Somalia un atisbo de integridad gubernamental, los líderes de la mayor parte de clanes eligieron, en 2000, a Abdulkassim Salat Hassan como presidente durante una reunión realizada en Djibouti. Ali Khalif Gelayadh es nombrado primer ministro. Los intentos de Gelayadh por formar un gobierno de unidad nacional en 2001 sufrieron un serio retroceso cuando otro grupo de líderes tribales, con apoyo de Etiopía, decidió desconocer el gobierno de transición. En 2004, un nuevo intento de búsqueda de estabilidad hace que Abdullahi Yusuf sea nombrado presidente. Mientras tanto, las sequías han seguido sembrando la muerte, por lo que Naciones Unidas se vio obligada a hacer un pedido urgente de ayuda para evitar la desaparición de medio millón de personas en el sur del país. Recién en 2005, el gobierno de transición empieza el lento retorno de su exilio keniano, poco antes de que el primer ministro Gelayadh fuera blanco de un intento de asesinato.

    Entre marzo y mayo de 2006, cientos de personas murieron en enfrentamientos entre clanes rivales, y el surgimiento de una nueva organización rebelde, la Unión de Cortes Islámicas, que llegó a controlar Mogadiscio a mediados del año pasado, dándole a la capital un cierto clima de orden, complicó aún más las cosas. El ingreso de las tropas etíopes en ayuda del gobierno actual ha provocado nuevos enfrentamientos, luego de la expulsión de Mogadiscio de la Unión de Cortes Islámicas a finales de 2006.

    Aún cuando las fuerzas etíopes ingresaron al país a invitación el gobierno del presidente Yusuf, ya están apareciendo fisuras en el gobierno, con ministros que quieren que dicho contingente vuelva a su país. Debido a su fragmentación tribal, la falta de un estado de derecho establecido, y la ausencia de mecanismos constitucionales que le den a Somalia una identidad de país más o menos coherente, ningún gobierno ha podido lograr la unidad nacional. Somalia no tiene una administración pública ni edificios para alojarla, mientras que los clanes siguen disputándose el dominio de territorios propios.

    Desde 1991, ha habido 14 intentos por establecer un gobierno central. Pero todos han fracasado. El actual primer ministro, Alí Mohamed Ghedi, un veterinario, es un desconocido en los fragmentados círculos de poder somalíes. Sus intentos por lograr la reconciliación no han tenido éxito, y el exiguo contingente de la Unión Africana, que desembarcó en Mogadishu en marzo pasado, ante la indiferencia de una población demasiado preocupada por su propia supervivencia, no tiene ni los recursos suficientes, ni el mandato necesario para buscar la paz. Somalia parece haberse acostumbrado a su propia inexistencia como ente nacional propio, y esa parece ser la tragedia para la que nadie tiene, por el momento, una respuesta.

    Pero esta inestabilidad es también producto de la intervención indirecta de Washington en el país. Somalia es un país estratégico muy importante en el cuerno del Africa oriental. Por allí pasa el comercio de petróleo procedente del Golfo Pérsico recorriendo el trayecto por el Mar Rojo hacia el canal de Suez y de ahí al Mediterráneo oriental como ruta alternativa viable. Controlando Mogadiscio se controla el puerto principal y Estados Unidos procuró mantener un aliado allí, al desalojar a los islamitas en 2006 con ayuda de su ahora aliado etíope. Más allá de la hambruna que azota a los somalíes, Washington defenderá al gobierno de Ghedi, al señor que ordenó reprimir a los manifestantes que protestaban contra la suba del precio de los alimentos. Defenderá sus intereses geoestratégicos, no el derecho a comer de los pobres del Sur.

    El hambre de hoy no es maldición divina, es producto de la orgullosa aldea global desigual.Mientras señores mandatarios proponen alimentar autos y tanques de guerra con biocombustibles, los hambrientos del mundo ascienden ahora a 842 millones, habiendo aumentado en 18 millones más durante el decenio de los noventa.Mientras se derrocha dinero en consumismo frívolo en el Primer Mundo, cada 12 minutos la pobreza mata de hambre a 3.600 hombres, mujeres y niños en todo el mundo.Mientras se habla de detener el terrorismo y se aumentan los presupuestos guerreros,el hambre mata 12 millones de niños en todo el mundo. Somalia es uno de los tristes paradigmas del castigo del desarrollo desigual de la historia. Es otro triste ejemplo de pobreza y hambruna generada por una aldea global que funciona bajo la lógica de la existencia de pocos países ricos explotando a muchos países pobres.