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Programa 7 de Agosto de 2008

  • Editorial



Sosiego


Un hombre sentado en la base del árbol más viejo del pueblo aguarda expectante. La corriente de personas que transitan delante de él observan su postura e inclinan la vista hacia otros horizontes. El hombre sentado finge una eminente abstracción y deja que las horas pasen. Y con ellas pasan las maniobras que lo verán atravesar los montes y navegar los ríos tras un propósito inagotable.
Su rostro se parte en fragmentos desiguales en los que las heridas festejan sus contornos haciendo paisajazo el fin primero de los gestos. Las personas, de tanto en tanto, fotografían su apariencia y luego arrojan monedas doradas debajo de sus pies. El hombre apenas obedece a su sangre y deja que las caricaturas que se esgrimen frente a él hagan lo que vienen a hacer y luego sigan su tranco apático. Algunos siguen insistiendo en que anda mascando la desdicha hasta hacerle saber a los suyos que es tiempo suficiente para.
Día y noche el hombre, sentado en la base de un árbol, se alimenta de las lágrimas que ha oído caer en los restos del espacio proyectado hacía donde la vista ya no llega. Aquellas personas que de ignorarlo permanentemente lo han borrado de la memoria, creen recordar que igual hombre, en igual compostura, se representa en otras tierras no muy lejos de allí.
El hombre, dicen algunos, ya no habla. Ha sido cantor en tiempos lejanos y su voz gastada recorría las colinas tornasoladas que imitan con prepotencia permitida a la perfección. Otros también dicen que la semilla de su ignominia se encuentra apretada en los confines más confusos de su idiosincrasia y ya se la ha hecho complejo rastrear las verdades que debería desperdigar por el mundo. Él deja que se llenen las manos y los pechos de palabras ostentosas; deja que se amputen los cerebros con la exasperada arrogancia de los letrados; deja que se acribillen las razones por las que rodean su árbol en posturas ladinas.
Un hombre sentado debajo del árbol más viejo del pueblo ha de estar hilvanando sus pensamientos. Será silencioso hasta que decida levantarse para ir a empuñar las ideas de la libertad; jubiloso albedrío que lo delatará vivo.